sábado, 12 de octubre de 2013

"En la curva de un papel."

Todo el mundo hablaba de que la curva más bonita que poseía era su sonrisa, de una forma genelarizada ante una persona única ante el resto. Pero nadie habló de los detalles que su cuerpo describía, como carreteras de tinta asfaltadas con porcelana sobre la piel de su espalda.
Nadie habló de la curva que describían el borde de sus párpados, pintando unos ojos infectados por el color miel de sus pupilas; ni mencionaron la curva que formaban sus largas pestañas al despertar, como las hojas de las palmeras dejandose mecer por la brisa de la tarde.
Nadie habló de la pequeña curva que pintaban los hoyuelos de su boca al sonreír, como los detalles faciales tallados en las estatuas de Miguel Ángel.
Nadie habló de las curvas de su cuello recorridas por mis dedos, viajando en un mar de emociones que impregnaban mis huellas dactilares.
Nadie habló de las curvas que dejaban ver sus clavículas nadando en las hendiduras que le provocaban en la piel; o de los pequeños pliegues en su cintura, como caminos que se unen para llevar a un único destino sin señalizar.
Tampoco hablaron de las curvas de las yemas de sus dedos, de textura aterciopelada e impregnada de los sueños recogidos en mis sábanas, y convertidos en minutos y segundos desprendidos por la escarcha de un reloj que no se cansa de correr.
Nadie habló de las curvas de sus labios cirniéndose a mi piel, acariciando cada punto de sutura, como la lluvia lamiendo las copas de los árboles.
Pero, sobretodo, nadie habló de las curvas que describían
sus cabellos rizados, como el lazo sobre el envoltorio de un regalo, con alguna mirada desprendiendo explosiones de ilusión; como un huracán despertanto sensaciones sobre la superficie del mar... Como pequeños hilos hechos de sueños y palabras, resumidos en un color azabache, enredándose entre mis dedos y abrazando a mis manos en una suave caricia. Las pequeñas curvas iluminadas por los rayos del sol, anudándose entre las de tus pestañas, arropando el cenit de tus mejillas taciturnamente.

La curva más precisa en la que derrapar con un susurro.
Para frenar en un golpe seco con las palmas de las manos.
Para crear todas las teclas de una máquina de escribir y pulsarlas con la magia entre las teclas negras de un piano de cola.
Para escribir sobre papel con tinta negra y darle vida.

La curva más adecuada para acelerar y matarse, sin miedo a caer. 

Sin miedo a morir.

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