sábado, 14 de junio de 2014

CUÉNTAME UN CUENTO

En las noches de invierno soñaba con despertar al abrigo de tu piel. Con rozar las nubes con la yema de los dedos y correr por los campos mecidos por el viento en un susurro.

Cuéntame un cuento... que me quiero ir a dormir con tus palabras cuando alzan la voz. Cuéntame un cuento y quédate conmigo. Déjate llevar por el olor y el tacto de las sábanas. Déjate envolver en la más dulce sensación y suéñame los días.

Cuéntame un cuento y déjame soñar. Déjame volcar el cielo si quieres todas sus estrellas.

Cuéntame un cuento por si los monstruos del tiempo se atreven a rozarme con sus manos frías y me llevan a naufragar en el mar de las horas a solas. Déjame en la espuma de las olas y te enseñarán lo que es querer, lo que es alejarse mar adentro y escapar de aquí.
De ti.
De mi.
De todo lo que nos ha rodeado de miedo y de niebla. De perder los nervios y la atención, la alegría y la pasión, la ilusión y los días de  verano rozando los rayos del Sol para derretir el frío que había escarchado la Luna en las noches otoñales. Cuando las hojas caían como si fueran plumas bailando al compás de las llamas de una hoguera. De la llamas de un hogar al que llamar por tu nombre. Pronunciarlo con cada una de sus sílabas, como si mis labios estuviesen golpeando las teclas de una máquina de escribir y mis dedos se perdiesen entre las ondas  del agua de tus ojos. Como si dos manos y unas teclas ya no volviesen a sonar sin las cuerdas de tu risa.

Cuéntame un cuento en voz bajita y al oído. Dime todo lo que tus ojos han logrado ver más allá de unas palabras en un folio. Cuéntame las hojas que han deshecho las tormentas de mi ira y dime si todas sus palabras te dijeron algo diferente antes de morir entre los reflejos de la noche.

Cuéntame las horas que me quedan para despertarme, porque si no estás ahí para alejarlas de mí, no abriré los ojos. Y si tú no estás aquí para cerrarlos... Déjame contarte un cuento antes de irte a dormir.

Déjame contarte que si no estás aquí para contarme un cuento en las frías noches de invierno, ni para rozar el sol con la palma de las manos, ni para tocar el piano con el eco de una carcajada... no habrá nada  que contar para cerrar los ojos.

No habrá nada que perder entre el reflejo de la noche.

No habrá cielo que volcar si no estás aquí para pedirme todas las estrellas que hay en él.

No habrá sábanas en las que dejarte llevar...

No habrá palabras si no alzas la voz.

Cuéntame un cuento que no me haga perder el miedo a la oscuridad de no tenerte, que me haga contarte historias de verdad sobre los monstruos del tiempo y los naufragios  de la espuma de las olas.


sábado, 12 de abril de 2014

COMO UN TRUCO DE MAGIA.
Para mi primo, por la magia que procede
de la positividad que desprende.

"Felicidad: Estado de plena satisfacción material y espiritual."

Antes me gustaba pensar que el mundo no era redondo, me gustaba imaginarme un planeta que cambiase de forma constante, para que pudiese encontrar la felicidad en cada esquina escondida en los lugares más remotos de la Tierra.

Antes me gustaba pensar que la felicidad se encontraba en los pequeños detalles, en los buenos momentos y que se ocultaba en las esquinas más inesperadas o en los portales más oscuros, para que no la encontrásemos tan fácilmente.
Lo que nunca pensé, fue que la felicidad no se busca. Que los pequeños detalles son los que se encuentran en nosotros, al igual que los buenos momentos son creados por uno mismo. Que nosotros somos los que vamos a las esquinas más inesperadas y a los portales más oscuros para escondernos, a la vez que deseamos ser avistados por dicho estado.

Nunca pensé  que la felicidad podría residir en cada uno de nosotros como una simple característica, que en ocasiones no quiere salir a la luz, pero que en otras, no tiene reparo en florecer y en abrir sus pétalos hasta llegar a rosa; que no se hace esquiva y nos busca sin cesar hasta que nos encuentra y nos hace ver el mundo con todos y cada uno de sus colores, como el arcoíris tras los edificios después de un día de lluvia.

Como una canción que te hace aligerar el paso y encender la energía encerrada en el pecho hasta dejarla estallar en miles de detalles.
Como una baraja de cartas de póker en las manos de un mago, esperando su turno para sacar un as de su manga y maravillar  a un público lleno de ilusión.
Como el estado de hipnosis que te produce la cercanía de un ser querido en una pequeña plaza, tras la tranquilidad del sonido del agua corriendo río abajo.
Como el suave mecer de un paseo en góndola por las galles de Venecia.
Como una foto que te hace sonreír.
Como la risa.
Como el olor de las páginas de un libro antiguo.
Como el abrazo de mamá tras una larga temporada fuera de casa.
Como el sonido de las teclas de una máquina de escribir impactando sobre un folio en blanco, esperando para abarcar todos los sueños y emociones de alguien que quiere dejarlos plasmados en él.
Como un rayo de sol escapando entre las ramas de un árbol.
Como el sonido de unos dedos golpeando suavemente las teclas de un piano de cola, o pellizcando con dulzura las cuerdas de una guitarra.
Como un beso.
Como una película que te haga llorar.
Como hacer un regalo sin ningún motivo.
Como las primeras palabras de un niño...

Como un perfecto truco de magia, capaz de llegar a lo más profundo de cada uno de nosotros e introducir en nuestro interior el sentimiento que nos hace ser capaces de todo.

domingo, 12 de enero de 2014

LA NIÑA DE MIS OJOS.

Los suaves acordes de jazz acariciaban el ambiente, perfumado por el suave sopor de una niña inmersa en la tranquilidad de su pequeño libro. El sofá, de piel granate y desgastada, le sostenía cómodamente como si tuviese la sensación de que la pequeña iba a resbalar y romperse de un momento a otro.

Ella se mostraba tranquila, sin ninguna prisa por pasar la hoja, con gesto impasible a todo lo que pudiera suceder.

Ella era la niña de mis ojos. La inquieta aliada de mis tardes a solas, la que me cogía de la mano para ir a pasear mientras pisábamos el manto de hojas secas en otoño y la nieve derretida en primavera... y luego me soltaba. Me soltaba y yo echaba a correr tras ella, mientras se escapaba en todas las direcciones y se escondía de mí para que la buscase. La que se dejaba abrazar con ternura y reía contigo... y la que volvía a escapar de entre tus brazos y te hacía llorar.

Ella era la niña que más facilidad tiene para hacerse querer. Ella era mi vida. Me llevaba hasta la orilla más cercana del mar de su sonrisa y me hacía prometerle que jamás la soltaría... y yo lo hacía. Me dejaba arrastrar hasta lo hondo, aún advirtiendo la profundidad, sabiendo que no iba a soltarla. Y entonces ella me soltaba a mí, y yo la buscaba atemorizada. La buscaba por el rastro de la espuma de las olas y debajo de las piedras del acantilado. La buscaba bajo el mar, esperanzada de encontrarla buscando pequeñas conchas y ermitaños despistados... pero no la encontraba, y salía resignada de aquel océano, pensando que me la había arrebatado para siempre, cuando de pronto me llamaba. Y allí estaba ella, tras un pequeño castillo de arena decorado con las conchas que había encontrado bajo los senderos de polvo que dejaban las olas al pasar. Me decía que cesase de llorar cuando al fin acudía a mi encuentro, me besaba los ojos con sus labios fríos y salados por el agua de mar y me volvía a coger de la mano para ir a casa... pero al llegar ella volvía a irse.

Se iba cerrando la puerta tras de sí con dos vueltas de llave y la dejaba puesta para no darme la posibilidad de salir de allí... y yo sollozaba en mi silencio. La echaba de menos. Quería compartir con ella todos los segundos de mi vida y hacerle ver que la amaba. Vagaba arrastrando mi alma por los rincones de la estancia, clamando su nombre entre lágrimas y deseando volver a sentir su abrazo y su perfume de nuevo. Suplicaba que volviese junto a mí, a besarme por las noches y hacerme reír antes de caer en los sueños más hermosos del mundo... pero aquella noche dormí sola. Dormí bajo las sábanas más frías que mi piel jamás acarició y naufragué por los sueños más horribles que mi mente pudo ver.

Pero cuando me desperté y bajé al salón ella estaba allí otra vez. Con su pequeño libro antiguo y sus rizos negros cayendo por la tez clara de su rostro.

Ella estaba en ese sofá granate que la sostenía como si fuese a resbalar y romperse en cualquier momento, con su mismo gesto impasible a las palabras que hallaban sus ojos de café en aquel relato.
Entonces corrí a abrazarla y la cubrí de los besos más sinceros que nunca pude dar a nadie, y sus pequeños brazos me acogieron como una madre que vuelve a abrazar a su hija pequeña tras haberla perdido en un despiste.

Y me hizo sentir viva otra vez, que todo volvía a cobrar sentido y que las agujas volvían a moverse a nuestro favor.

Me enseñó que debía de marchar en busca de algo con lo que entretenerse... pero que después siempre volvía. Que quizás algunas noches debía dormir sola, pero otras me abrazaría hasta que cayese rendida ante los sueños.


Ella me enseñó su corazón... y me hizo feliz.


Feliz como despertarse y encontrar a la pequeña niña de mis ojos de vuelta en el sofá, con su pequeño libro y los suaves acordes de jazz acariciando el ambiente...

sábado, 30 de noviembre de 2013

ELLA

Ella soñaba con tocar las estrellas.

Acariciarlas con la punta de los dedos y sentir el calor de su brillo recorriéndole el cuerpo. Quería ir hasta el cielo y agarrar una de ellas para traerla a su mundo de noche infinita.

Ella soñaba con viajar por el Sol.

Recorrer todos sus cálidos rayos de luz con los pies descalzos y poder observarlo todo desde lo alto. Ver a la personas de su mundo de noche como pequeños puntos negros moviéndose de un lado a otro ajetreadamente.

Ella soñaba con rozar la luna.

Con apoyar una escalera en una de sus puntas para poner subir cuando quisiera y robarle una sonrisa para que recogiese todas las estrellas que cayesen del cielo, como gotas de agua lamiendo un cristal; tumbarse allí entre el crepúsculo y contarlas mientras las deja caer en un suave desliz.

Ella soñaba con atrapar las nubes.

Dejarse caer en su suave textura y navegar por el gran azul, viendo caer las pequeñas plumas de cristal que le acariciaban la cara cada anochecer.

Ella soñaba con parar el tiempo.

Tomar una de sus agujas para tatuar en los árboles palabras de amor, grabar recuerdos en la corteza de un papel con tinta a cada impacto que provocan las teclas de una máquina de escribir, cargada de emociones y de historias que contar.


Ella soñaba despierta.

Y soñaba al despertar.

Cuando los rayos del Sol irrumpían en su habitación y acariciaban su espalda desnuda, naufragando entre las sábanas de seda. Cuando el olor a café invadía el aura de su apartamento, como el batir de alas de una mariposa desprendiendo sus pequeñas escamas. Cuando sus cabellos se colaban entre las comisuras de mis labios, como dos piezas de un puzzle que se corresponden.

Ella soñaba con despertar entre caricias, con ver las nubes pasando de largo tras el cristal y ocultando los rayos del Sol a su paso. Con soñar conmigo y dormir sin mí. Con llevarme a las estrellas y arroparme entre las curvas de la Luna.

Ella soñaba con parar el tiempo cada madrugada... y reanudar las horas cada anochecer.

DECEMBER

Cayó la última hoja de cartón que amó al otoño con cada red de sus inmensas carreteras, con los largos caminos de su piel, con la verdosa textura de sus cabellos a la luz.

Amanecía sobre los esbeltos brazos de los edificios, que se alzaban majestuosos, sin inmutarse ante las provocaciones del viento.
La escarcha ha cubierto el cristal de mi ventana, dibujando con rigurosas pinceladas una telaraña helada de sueños, repleta de pequeños llantos de las nubes que huyen despavoridas del color del cielo. Se dejaba caer hacia los lados, en diagonal y en todas las direcciones con unos largos e invernales hilos de Diciembre, acariciando la superficie transparente, dejando a las yemas de mis dedos seguir su gélido y serpenteante curso.
Las cenizas de la noche impregnan la madrugada, deshaciendo entre caricias de las llamas el frágil cuerpo de las ramas secas, desvaneciendo su estructura lentamente; consumiendo la oscuridad de mis pupilas en un suave baile de calor, de humo, de sudor... de árboles tatuados hablando de amor. Del color de los tejados de tu espalda, del licor... Del sabor de despertar al alba.
Mis dedos se calientan en tu piel, evadiéndose del frío invierno que arropa la habitación, escapando de las moribundas ascuas que permanecen encendidas entre los ennegrecidos restos de los troncos, disuadidos en un suave difuminado con la tonalidad de tu pelo en la oscuridad, aguardando a ocultar mis manos en un leve movimiento de ensueño.
Las horas se tornan cálidas y se detienen ante el sensual baile del fuego avivando sus colores. Las agujas han deslizado la ropa hasta dejarla caer al suelo, y la alfombra ha acogido hasta el último aroma de ti.
Los copos de nieve crean una delgada cortina entre la realidad y mis pupilas, a las que ya no hacen daño, ni hielan las fibras del color marrón, huyendo del tiempo a mi paso constante.

La última hoja que amaba al otoño se ha quedado en la profundidad del manto de nieve que ha cubierto el asfalto.
Y ya no volverá a salir.
Ya no volverá a caer.

Ni a correr.

Ni a huir.

lunes, 21 de octubre de 2013

ALGÚN LUGAR EN EL TIEMPO

Qué pasará cuando los pájaros no canten, y el timbre de su voz se vea arruinado por el humo de las fábricas de autómatas sin alma.
Qué será de todo aquello que los niños saben ver, de todos los sentidos que tenían en los tiempos donde las pisadas en los charcos de lluvia aún existían.
Qué será de todo aquello que hundió los grandes veleros de nuestra niñez, las grandes olas que cubrieron el brillo del primer llanto, de la primera palabra, de la primera sonrisa que dedicaron sin escoger un lugar en su mundo.
Ya no habrá cosas esenciales a sus ojos, no se otorgará el mismo valor a la invisibilidad de los momentos, los sentimientos se habrán apagado como la chispa de un cigarro a punto de consumirse.
Qué pasará con todo aquello que hoy palpita, esperando, desesperado, que alguien logre escuchar sus gritos de socorro.
El miedo cubrirá los rayos del Sol más oscuro e infectado de tristeza.
El amor quedará tan vacío como vuestras ganas de luchar, quedará tan humillado como vuestra cobardía, que se alzará triunfante ante los ojos de quien no supo arriesgar el último aliento de su dignidad y llenó sus rodillas del polvo en el que fue derribado.
Los mismos muros de piedra que derrumbasteis con orgullo, son los que ahora tendréis que construir para aislaos de vuestra libertad, agachando la cabeza, infectando vuestra mente de imágenes que calcareis para no ser nadie.

Qué pasará cuando las agujas del reloj consigan alcanzaos.

No pasará nada.
Porque no tendréis nada de lo que querréis.

Los puños que alguna día se alzaron, son las manos que hoy recogen los pedazos de vuestro cuerpo.
La felicidad se habrá convertido en una estrella de paso, que jamás se dejará ver.
El odio difuminará los sueños que algún día existieron, como un tachón de tinta sobre una frase que jamás habrá sido escrita.
Y cuando la vida os alcance no os quedará nada que no sean las heridas que no quisisteis cerrar, no os quedará nada que no sea la suela desgastada de un calzado cansado de huir.
Las agujas os derribarán con un golpe seco mientras vuestro mecanismo se deshace como las entrañas de un reloj de arena...

Y ya sólo quedarán vuestras voces, arrebatando lo único que podemos considerar nuestro.

Ya sólo quedarán vuestras manos arrancando la imaginación de mi piel rasgada.

sábado, 12 de octubre de 2013

"En la curva de un papel."

Todo el mundo hablaba de que la curva más bonita que poseía era su sonrisa, de una forma genelarizada ante una persona única ante el resto. Pero nadie habló de los detalles que su cuerpo describía, como carreteras de tinta asfaltadas con porcelana sobre la piel de su espalda.
Nadie habló de la curva que describían el borde de sus párpados, pintando unos ojos infectados por el color miel de sus pupilas; ni mencionaron la curva que formaban sus largas pestañas al despertar, como las hojas de las palmeras dejandose mecer por la brisa de la tarde.
Nadie habló de la pequeña curva que pintaban los hoyuelos de su boca al sonreír, como los detalles faciales tallados en las estatuas de Miguel Ángel.
Nadie habló de las curvas de su cuello recorridas por mis dedos, viajando en un mar de emociones que impregnaban mis huellas dactilares.
Nadie habló de las curvas que dejaban ver sus clavículas nadando en las hendiduras que le provocaban en la piel; o de los pequeños pliegues en su cintura, como caminos que se unen para llevar a un único destino sin señalizar.
Tampoco hablaron de las curvas de las yemas de sus dedos, de textura aterciopelada e impregnada de los sueños recogidos en mis sábanas, y convertidos en minutos y segundos desprendidos por la escarcha de un reloj que no se cansa de correr.
Nadie habló de las curvas de sus labios cirniéndose a mi piel, acariciando cada punto de sutura, como la lluvia lamiendo las copas de los árboles.
Pero, sobretodo, nadie habló de las curvas que describían
sus cabellos rizados, como el lazo sobre el envoltorio de un regalo, con alguna mirada desprendiendo explosiones de ilusión; como un huracán despertanto sensaciones sobre la superficie del mar... Como pequeños hilos hechos de sueños y palabras, resumidos en un color azabache, enredándose entre mis dedos y abrazando a mis manos en una suave caricia. Las pequeñas curvas iluminadas por los rayos del sol, anudándose entre las de tus pestañas, arropando el cenit de tus mejillas taciturnamente.

La curva más precisa en la que derrapar con un susurro.
Para frenar en un golpe seco con las palmas de las manos.
Para crear todas las teclas de una máquina de escribir y pulsarlas con la magia entre las teclas negras de un piano de cola.
Para escribir sobre papel con tinta negra y darle vida.

La curva más adecuada para acelerar y matarse, sin miedo a caer. 

Sin miedo a morir.